La Exposición Memoria Roturada de Daniel Franca en galería Espacio 0 del 4 de noviembre al 4 de diciembre de 2021.
He aquí la visión de una fusión dicotómica, la visión fantasmagórica de un bosque metálico, herrumbroso. He aquí la integración natural de la estética tóxica, la belleza venenosa de una ponzoña corrosiva. He aquí la abstracción de una realidad adulterada y distorsionada; el paso del tiempo; la destilación del silencio inquietante; la antítesis de una atracción repulsiva. He aquí el magnetismo putrefacto del óxido, la sensualidad del ultraje natural, la profanación del campo. He aquí las titánicas criaturas que enraizaron en las entrañas de la tierra horadada. El proceso mecánico. La fragilidad de la naturaleza. La vulnerabilidad de la mezquindad humana. He aquí la puerta a lo oscuro.
El gigante metálico –el origen– como punto de partida hacia un viaje a través de la percepción personal, la visión de una realidad que irá velándose, los sentimientos y las emociones impregnados en la serigrafía, en el óleo, en las veladuras, en el papel vegetal. Esqueletos de estructuras como marañas de hierro, laberintos donde perderse, líneas gruesas y opacas, resquicios poligonales que dejan pasar el color de lo tósigo. El color brillante y atractivo, el cromatismo vivo, seductor, sugestivo del azufre, tan hipnótico como repulsivo y hediondo. Tan bello como el agua teñida, el agua añil, el agua roja, el agua contaminada, intoxicada por el pillaje, el colonialismo, la ambición y la avaricia. Aguas teñidas, tan hermosas como condenadas a llevar muerte donde siempre ha habido vida. Aquí la realidad se vuelve abstracta. Lo figurativo transferido.
Y el pozo número cinco emerge, se alza, se erige solitario, como un coloso resistente al paso del tiempo, un gigante férreo, asido a una época que ya no existe. Como un faro, como un vigía que aguanta la intoxicación y la vibración del filtro del subconsciente, persiste en la imagen mental. Aparece envuelto en un halo verde, distorsionado por la convulsión y la viveza de la memoria. A punto de desvanecerse, deslavazadas sus finas patas, sobre el atardecer oxidado. Demacrado y descarnado. Terrorífico y cadavérico. Centinela de un paisaje que estremece y aterra, que atrae y cautiva.
El tamiz velado de la lluvia y el ácido caen sobre el pozo número cinco. Apenas si podemos percibirlo. La integración natural. La belleza brillante de un hechizo mortal. La cristalización de todo un proceso. El final del camino. La huella del recuerdo. La memoria roturada.
Ramsés Torres García
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